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El naranja es el color que asociamos con la diversión y como consecuencia es el color que se toma menos en serio, de ahí que no lo utilicemos en productos de precio elevado o de prestigio.

Esto también ocurre porque asociamos el naranja al plástico ya que en el comienzo de la era del plástico los fabricantes lo utilizaban como color de cabecera. Al principio, esta asociación fue buena porque se consideraba al naranja el color de la vanguardia del diseño moderno, pero con el tiempo se ha convertido en el color del diseño de ayer. El final de su utilización llegó porque se demostró que los colorantes que se utilizaban eran muy tóxicos y se comenzó a vincular con esta experiencia. Además, al asociarlo con la calidad del plástico su prestigio como color de vanguardia también cayó en picado.

En las viviendas, el color naranja adquiere una implicación muy positiva porque su combinación de luz y calor crea un ambiente muy agradable. Su claridad no es ni tan dañina como la del amarillo, ni su temperatura es tan asfixiante como la del rojo. Si lo mezclamos con blanco o marrón puede perder algo de su fuerza o intensidad, pero nunca pierde su calidez.

El naranja a pesar de tener un papel secundario en nuestro simbolismo y en nuestro pensamiento, cuenta con 45 tonos diferentes. Desde el albaricoque, el color salmón o el color teja, hasta el siena natural, el naranja de cromo o el minio.

Cuenta con dos colores psicológicamente contrarios porque frente a lo brillante y llamativo del naranja, se encuentra lo apagado y discreto del gris; y frente a lo coloreado y llamativo se encuentra lo incoloro y moderado del blanco.

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